top of page

Intento poético para hablar de "Un Poeta" - Simón Mesa (2025)

póster película un poeta de simón mesa

Intentar hacer una crítica sobre una obra atravesada por la poesía - siendo poeta - es como intentar mantenerme limpia y pulcra mientras juego en arenas movedizas o mientras esculpo con mis manos la figura de algún dios. 


El poeta en un principio fue demiurgo, es decir, genio iluminado, creador de mundos, asistido por alguna providencia que lo poseía en su habitación.


Luego, flâneur, observador sin rumbo, abierto a las pasiones y a impresiones del devenir de una ciudad. 


También ha sido eterno soñador y navegante, frecuente fracasado o fallido, intachable intelectual o pensador.


El poeta está solo, da lástima, lo habita una insoldable melancolía, o eso se dice de él… 


Justamente esas formas manoseadas, esos arquetipos, son los que impiden que la figura del poeta abra sus alas a otros horizontes, más alegres, menos viciados, menos estereotipados en la decadencia y autodestrucción. A veces, existen también poetas-no-poetas, que ya no encajan en estas bacanales clandestinas, ni son invitados a declamar en festivales que más parecen templos del ego, vitrinas de poder, círculos cerrados donde se vende la ilusión de una fraternidad, mientras se perpetúan elitismos, abusos y voces repetidas que se alaban entre sí.


En esa ironía tragicómica, nos sitúa Un Poeta de Simón Mesa.


Pone frente a nosotros un espejo incómodo: Ser un sensible poeta en un mundo que desprecia la fragilidad. 


Evidencia también un conflicto: el del gremio de la poesía encumbrada, entre boinas de intelectuales y viejitos barbados, disfrazando sus carencias entre versos.


Cuando vemos a Oscar, el protagonista, comportarse como un niño pequeño herido, desamparado, pidiendo perdón por todo, decimos: ¿Qué clase de representación pueril están haciendo del oficio de la poesía? y ese es todo el punto: la gran ironía del poeta, la burla satírica a un sistema que por dentro parece desmoronarse. Mesa muestra al poeta reducido a un ser patético, sostenido por la falsa promesa de que un festival traerá redención, trascendencia, de unos libros que no llegan a la fama, de un cambio que nunca prospera.


Al final, pareciera que para ser poeta basta con saber juntar versos —no con sostener una ética de la palabra ni con la nobleza que busca construir un porvenir. 


Óscar igual lo intenta, lo dice una y otra vez: “lo estoy intentando”. Pero en ese intento e inspirado por su admirable Asunción Silva, va encadenando fracasos, confirmando que vivir de la palabra es imposible. Peor aún: que la palabra, a veces, no basta para darle sentido al vivir, por eso mejor un balazo en el corazón o una muerte triunfal que merezca ser recordada.


Fracasa entonces como poeta, como padre, como hijo. Humano, demasiado humano. Sus versos van en una dirección, mientras la poesía —esa diosa inspiradora de los orígenes— le da la espalda.


La pregunta inevitable surge en esta película: ¿es posible el sueño de la poesía y el arte? ¿O es un espejismo, un relámpago fugaz que se pierde entre copas y bohemia?


A Óscar no se le da. Sin embargo, al final, son las palabras a puño y letra, las que le permiten recoger los pedazos de su corazón roto y acercarse de nuevo a quienes ama.


La poesía entonces es un salto de fe. El poema, un destello breve que ilumina por un instante la habitación oscura. Se extingue, se transforma, regresa con otra luz y otro matiz.


El poeta también da un salto de fe. 

Una fe ciega.

A las palabras.

A las ideas.

A la luz en medio de la oscura habitación.


Tengámosle fe a ese poeta de Simón Mesa —y al que habita en nosotros— que sigue, torpemente, intentando escribir un poema feliz.

Comentarios


Si te quieres anunciar en mi sitio o dialogar sobre crítica:

Gracias por tus comentarios

© 2023 by Train of Thoughts. Proudly created with Wix.com

bottom of page