Este ensayo no pretende dar una única respuesta a tal dificultad, sino, tomar algunas visiones principales y plantear un diálogo dinámico entre ellas, puesto que las dificultades en su definición han sido en esencia, dificultades de método, de escuelas y de la formación específica de autores más que colisiones radicales irreconciliables, y son estas dificultades las que han permitido una retroalimentación constante y sistemática, donde incluso disciplinas como la Historia terminaron por beber de la oleada cultural naciente o lo que se llamaría Estudios Culturales, como se verá a continuación.
Para empezar, anterior al siglo XIX la palabra Cultura estaba asociada con el alto rango y sus maneras, era sinónimo de bellas artes, música, alta sociedad y modales jerarquizados. Un poco de esta noción (ya atrasada en el tiempo) queda en los modismos cotidianos cuando una persona se refiere a otra como: “no tiene cultura”, refiriéndose a una falta de formación o de recato. Es hacia el XIX que autores como Burckhardt, historiador suizo y Huizinga, filósofo de los Países Bajos, piensan el término Cultura como el lugar para las representaciones y retratos de una época, sin dejar de lado la mirada concreta hacia las artes, y por medio de un método aún intuitivo a través de fuentes como la literatura y las anécdotas de época. Esta visión sería la que llegaría hasta Alemania, país que marcó la pauta en el desarrollo de los estudios culturales como profesión.
Se ve así, cómo se transforma la concepción de Cultura cerrada a las bellas artes, hacia las formas de vida y de pensamiento dentro de las sociedades en un contexto de producción. Es “entendida como algo más amplio que las representaciones artísticas significativas, trata del conjunto de prácticas, creencias, símbolos y procesos conformadores del universo no material de una sociedad.” (Claret, López, p.5). A partir de esta ampliación y entrando al siglo XX, otros autores llegarán a enriquecer esta visión incluyendo el sistema de gestos, valores y rituales en microcontextos, se dejan atrás las generalizaciones totalizantes y se mira con lupa a las comunidades, sus imágenes, la relación con ellas, es decir, se abre el paso a una cultura iconográfica.
Entonces, lo que podría interpretarse como una dificultad de definición, tiene que ver más con el movimiento del fenómeno en el tiempo. Desde sus primeras acepciones en el XVII hasta hoy, ha sufrido transformaciones tanto de forma como de fondo, pero como se verá, un cambio en su acepción antes que negar la historia previa la ha puesto en cuestión para enriquecerla y dejar muy claro que no podemos aprehenderla por medio de una sola verdad. ¿Qué tanto permitieron los autores y las disciplinas acoplarse a este fluir conceptual? Este ensayo tratará de ilustrar algunos ejemplos.
La antropología: base y complemento
La antropología como disciplina es un buen ejemplo porque fue dinamizadora de la cultura y un lugar de cambios para la misma. Lo que hoy se entiende por historia cultural es también gracias a los aportes que hizo esta sobre aquella. El panorama era más o menos así: la historia tenía pretensiones cronológicas y positivistas, la lingüística apenas se abría paso de la mano del estructuralismo y la literatura era vista como un lugar de narraciones ficcionales que poco aportaban a la verdad social anhelada. El punto medio donde podía germinar la cultura como estudio valorado, era justo en la antropología, pues ofrecía una forma de estudio alternativo para las representaciones sociales, más allá del determinismo económico-marxista imperante, pues la cultura pasaba de ser un simple agregado de la superestructura dentro de un sistema económico, y ahora “era considerada como un elemento constitutivo de todas las otras prácticas sociales y políticas, pero también económicas.” (Claret, López, p.18). Vale aclarar que esta perspectiva de lo cultural ya estaba presente hacia 1871 en el antropólogo Edward Taylor y los historiadores posteriormente la toman como suya (Burke, 2002).
Miremos un caso concreto: la lengua y sus injerencias en la sociedad[1], que atañe en primera instancia a la antropología y que posteriormente se va diseminando a otras disciplinas como la historia (en la reconocida escuela de los Annales, por ejemplo). El latín por mucho tiempo fue la lengua base, de los alfabetizados, la oficial, pero darle una mirada a las otras maneras de comunicarse (lenguas vernáculas), es también tener en cuenta la tradición oral no hegemónica y su evolución frente a un invento como la imprenta por ejemplo (Burke, 2002). Esta pregunta por la lengua, la máquina y la alfabetización fue una preocupación inicialmente antropológica que llegó poco a poco hasta el símbolo y lo cultural.
Es así como la antropología se convierte en la base para la construcción de la Cultura, también gracias al auge que se da para 1960-70 donde aumentó el interés por las temáticas que tenían que ver con el otro, con la manera en que el lenguaje construía identidades, lugares de poder y así naciones (Benedict, 1991). Los espacios fabricados por el individuo pasan a ser objeto de estudio junto con lo que los historiadores denominaron las mentalidades: “concepciones del mundo, que tienen un carácter colectivo o social, y que en cualquier caso no son la creación de un individuo, sino más bien el clima de una época.” (Claret, López, p.17). En esta apertura de la definición de Cultura, entra a jugar un papel fundamental la volkskulture[2]: el trabajo del obrero, los rituales religiosos populares, las ferias, la muerte, los carnavales y la familia se tornan importantes para el estudio cultural.
Una mixtura necesaria: historia, cultura visual y el símbolo
Como lo señala Burke (2002), en un siglo de postguerra, propaganda y mass media, la cultura se vuelve un eje de debate multiculturalista, decolonizador y con poder de historicidad, las concepciones de mundo ya no encajan en una visión teleológica, positivista, ya no es posible una definición cultural desde la ley científica. Autores como Geertz en su Teoría interpretativa de la Cultura (1973), ya hacían hincapié en el significado y el símbolo como sistema de concepciones encarnadas y trasmitidas mediante los cuales los hombres se comunican, se perpetúan y cambian. En esta mixtura de representaciones, las fuentes orales o epistolares con carga emocional, toman fuerza para el acervo de memoria. Hoy, no hablamos de una sola cultura, sino que convivimos con distintas dentro de los espacios que habitamos. Las dificultades para definirla se han presentado en la medida en que no se ponen en discusión los métodos, sino que se legitiman como una verdad intelectual unívoca ligada a una estructura predecible; las discusiones binarias entre racional/irracional o subjetivo/objetivo para el siglo XX ya se han desdibujado y aún más para el XXI con la fragmentación de los discursos y la posmodernidad. ¿Qué es entonces la cultura? Como lo va a afirmar Burke, se trata de un concepto abierto y en constante cambio, captadora de discursos, de símbolos y de una tradición heredada de generación en generación. La dificultad muta y desaparece, cuando se entiende que estamos ante un femómeno histórico, múltiple y en construcción.
Referencias
Benedict, A. (1991). Comunidades imaginadas. México: Fondo de Cultura Económica.
Burke, P. (2002). De Gutemberg a internet . Madrid: Santillana.
Burke, P. (2004). ¿Qué es la Historia Cultural?. Barcelona: Paidos.
Claret, J, López M, Fuster J. (sin año). Introducción a la historia de la cultura contemporánea. España: UOC.
Comments