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La cuestión de la naturaleza humana- Kant y Nietzsche


A partir de los textos ¿Qué es la ilustración? y Sobre verdad y mentira en sentido extramoral.



“Tiempos hay en que se dan juntos el hombre racional y el hombre intuitivo, aquel temiendo a la intuición y éste, mofándose de la abstracción; el segundo, tan irracional cuan antiartístico el primero. Uno y otro pretenden gobernar la vida…”[1]


La palabra “naturaleza" se ha entendido tanto como un cosmos, esencia de las cosas que ordena intrínsecamente o como ley y carácter necesario del hombre y su desenvolvimiento en la sociedad. Por otro lado, se ha entendido como materialidad, en tanto se contrapone al espíritu, o como lo piensa Nietzsche, como una experiencia del cuerpo. La naturaleza es pensada en general como una fuerza exteriorizada, ya sea desde la intuición (Nietzsche) o desde la racionalidad (Kant).


En este sentido, puede hablarse de una división básica, donde Kant enaltece la razón y Nietzsche la detracta, al decir que no deja de ser extraño este poder del intelecto, el cual sin embargo, no es más que un recurso de los seres más desdichados (…).[2]


Se verá en Kant que la naturaleza del hombre en tanto agente de un proceso de ilustración es aprender a pensar por sí mismo; en cambio, Nietzsche, declara rotundamente al hombre un ente creador y señala al intelecto como un medio que simplemente asegura la supervivencia del individuo desde el fingimiento. Mientras que para Kant el conocimiento racional/razonado será una fuente de ascenso social, en Nietzsche se convierte en un “impulso de verdad” o máscara pública, en halago académico y vanidad; pues el hombre, como ser social, quiere vivir organizado y en rebaño.


El problema con el concepto de naturaleza –además de vasto- surge cuando se define al hombre según una característica patológica, como violento (Hobbes) o pecador (cristianismo), pues no solo limita o reduce, sino que, desde esa perspectiva, necesita de un estado totalitario que regule esa violencia o una ideología que controle ese pecado, incluso en detrimento mismo de la humanidad entendida como bienestar y libertad. Así, el hombre debe ser siempre normalizado, educado y perfeccionado. Bien por la razón, bien por la coerción, y en ese sentido, el lenguaje juega un papel determinante (siguiendo la crítica a los conceptos Nietzscheana), pues reduce y esquematiza la realidad cuando impone una sola naturaleza desde la palabra (palabra->concepto->verdad), restando importancia a la metáfora en potencia (ficción construida) propuesta por la experiencia del individuo.


1. Ilustración y progreso


Kant critica la estructura de pensamiento dominante y ubica a la libertad como soberanía en el uso público de la razón, pero al mismo tiempo, establece el deber en virtud de legitimar la estructura misma, es decir, obedecer a los fines públicos y a la posición social a la que el hombre está condicionado y por la cual se ve limitado en su individualidad pensante, por lo que no se da una libertad completa, porque prima ante todo el deber ser.

La ilustración es para Kant un progreso inevitable y, en efecto, la naturaleza del hombre corresponde a su propio perfeccionamiento dentro de la sociedad civil.


“Una época no se puede obligar ni juramentar para poner a la siguiente en la condición de que le sea imposible ampliar sus conocimientos (sobre todo los muy urgentes), purificarlos de errores y, en general, promover la ilustración. Sería un crimen contra la naturaleza humana, cuya destinación originaria consiste, justamente, en ese progresar.”[3]


Sobre la utopía ortodoxa Kantiana de una sociedad justa y libre-pensante, recae de nuevo la figura de autoridad como reguladora de la acción. Es tan influyente, tanto en lo religioso como lo estatal, que anula el progreso del sujeto, al punto de pensar este último que su condición de subordinación es natural. En esto radica precisamente la incapacidad o la minoría de edad: la imposibilidad de valerse de la propia razón, porque no se cuenta con la capacidad necesaria que supere la autoridad de quien representa a la masa.


“Un hombre, con respecto a su propia persona y por cierto tiempo, puede dilatar la adquisición de una ilustración que está obligado a poseer; pero renunciar a ella, con relación a la propia persona, y con mayor razón aún con referencia a la posteridad, significa violar y pisotear los sagrados derechos de la humanidad. Pero lo que un pueblo no puede decidir por sí mismo, menos lo podrá hacer un monarca en nombre del mismo. En efecto, su autoridad legisladora se debe a que reúne en la suya la voluntad de todo el pueblo.” [4]


La ilustración Kantiana, implica en gran medida a la razón como herramienta de consciencia moral y libertad civil, donde es fundamental el saber para el deber; por eso al tener consciencia de comunidad, la naturaleza individual repercute sobre la libertad potencial de un pueblo para obrar.


La naturaleza progresista desde este punto, es vista como un fin necesariamente generalizado para que el hombre salga de su rusticidad, incluso, Kant afirma que ya hay rastros de ilustración en su época, como una meta y como una salida de la minoría de edad; sin embargo, no deja claro cuáles son esos indicios de ilustración y ya han pasado tres siglos en los cuales ni la razón, ni la filosofía, ni lo que abstractamente diríase que es la ilustración ha alcanzado todos los confines de la tierra, ni los sujetos saben pensar por sí mismos, ni la autoridad ha dejado la burocracia docta en nombre de la libertad.


La naturaleza potencialmente ilustrada en este sentido, se convierte en destino y posibilidad de realización del hombre, el cual no actúa intuitivamente, como lo dirá Nietzsche, sino por medio de un proceso teleológico que lo dispondrá finalmente a la meta.


Cabe cuestionar un poco la posición erudita desde la que hablaba Kant, y desde la que hablan los intelectuales dentro de la academia, un espacio propicio y diseñado, con su público en formación; y darle, como contrapunto, una mirada histórica a las condiciones de clase de los pueblos que rodean estos cenáculos, desde los cuales se enseña a pensar. No siempre es fácil acceder a tal perfeccionamiento de la naturaleza planteada por Kant dada la condición social y el poco enriquecimiento de las voluntades. ¿Para quién se promulgaba este discurso?


2. Afirmar la vida


Para Nietzsche, la naturaleza humana, como la verdad, es una multitud de metáforas, metonimias y antropomorfismos, en una palabra, una serie de relaciones humanas poética y retóricamente (…) trasferidas que tras prolongado uso se le antojan fijas, canónicas y obligatorias a un pueblo.[5]


Él, parte de una crítica a la razón y a la cientificidad, enmarcando esta última dentro del lenguaje, y este, como es natural, se compone de metáforas, juegos, ocultamientos y subjetividades. La ley natural es vista como una cadena ininteligible que remite a relaciones previas y sucesivas, nunca es algo en sí misma, pues es el hombre quien la desarrolla en el tiempo y espacio histórico, siendo la legalidad ortodoxa puesta por él y su particular forma de mirar la que la elabora y legitima en la vivencia social. A este discurso científico de época, Nietzsche lo llama “edifico de conceptos”, que constituyen la verdad social como una cápsula vacía, pues en este autor no existe consistencia última de la realidad ni del ser humano, sino que es movimiento puro y transformación.


La tesis Nietzscheana desde el texto en cuestión, radica en que el hombre es un creador de metáforas; por tal motivo se nutre del mito y del arte, estableciendo siempre nuevas acepciones, vínculos y analogías de su propia condición. Aferrarse al mito es negativo o positivo según el hombre utilice su voluntad de poder para cuestionar, no su razón para progresar.


“Aun el hombre de acción liga su vida a la razón y sus conceptos para no ser arrastrado, no perderse a sí mismo, lo que es el investigador, se instala al pie de la torre de la ciencia para poder cooperar en su construcción (…) y por cierto necesita protección, pues existen potencias terribles que constantemente (…) oponen a la verdad científica verdades muy diferentes.”[6]


Este edificio razonable de conceptos, es derrumbado -según Nietzsche- por el arte en un afán de rehacer el mundo del hombre lúcido, que es siempre inconexo, sugestivo y eternamente nuevo. En este aspecto radica la naturaleza creadora o el sí dionisíaco, la pura afirmación de la vida impetuosa, que niega todo nihilismo y poder/autoridad.


La crítica de Nietzsche a Kant desde los textos citados, es que para el primero el sujeto ilustrado niega rotundamente la naturaleza en nombre de la razón, es decir, ha roto sus raíces, que son afirmar la vida en tanto arte, introspección, voluntad creadora y crítica. La burla al discurso ilustrado se evidencia al ubicar al hombre en el abismo, ante la magnificencia de la vida, la naturaleza y su potencialidad: ¡Qué sabe el hombre, en definitiva, de sí mismo! Ni siquiera es capaz de visualizarse a sí mismo cabalmente (…) ¿No le soslaya la naturaleza el conocimiento de la mayor parte de las cosas, incluso por lo que a su propio cuerpo se refiere (…)?[7]


No hay ni libertad, ni ilustración posible desde la mirada Kantiana en Nietzsche, porque la verdad es una denominación moral establecida y obligatoria dada desde el lenguaje, y el hombre es mucho más que eso, es creador/destructor incluso de su naturaleza misma. Si se afirma entonces que el hombre Nietzscheano es demiurgo, esencialmente creador, en él se dan al mismo tiempo todas las naturalezas posibles.


En ese sentido, si ni siquiera es capaz de visualizarse a sí mismo cabalmente[8], de igual manera lo sobrepasa el lenguaje; en tanto no es posible aprehender toda la realidad, se ve asimismo limitado en relación con la verdad, la ficción se vuelve un lugar seguro, un espacio de diálogo, una relación útil entre el sujeto, el lenguaje y su mundo: da sentido, permite un orden. En este campo de interpretaciones, surge la poética de la experiencia, categoría principal de un lenguaje vitalista, la metáfora múltiple ante lo unívoco, la experiencia insustituible, cambiante, fundiéndose entre las palabras, necesarias para correspondernos más allá de toda etiqueta moral, adaptable y adaptada. De ahí que Nietzsche no catalogue este estado de cosas dentro de las categorías de bueno y malo, sino que abre paso al hombre-creador.


Finalmente, el problema de la naturaleza humana no radica en si existe o no una verdad originaria o si condiciona o no al hombre desde su esencia; más bien refiere a la importancia de las consecuencias que se desprenden de considerar una naturaleza específica sobre otra y el peso de esta consideración sobre las generaciones venideras. Está en el historiador o el filósofo, desentrañar los puntos extremos, desentrañar las ideologías sostenidas, cuestionar lo que cree que afirma por sí mismo y deconstruirse, como invita Nietzsche, por lo menos para depurar su propio discurso, siempre crítico.


Bibliografía


Kant, Immanuel. ¿Qué es la ilustración? Buenos Aires: Nova, 1964.

Nietzsche, Friedrich, “Sobre verdad y mentira en sentido extramoral”, en Obras Completas, vol. I. (Buenos Aires: Prestigio 1970), pp. 543-556.

Nietzsche, Friedrich, Así habló Zaratustra. Barcelona: Bruguera, 1982.

Kant, Immanuel. Crítica al juicio. Madrid: Espasa-Calpe, 1977.

[1] Nietzsche, Friedrich, “Sobre verdad y mentira en sentido extramoral”, en Obras Completas, vol. I. (Buenos Aires: Prestigio 1970), p. 7.


[2] Ibídem, 1.


[3] Kant, Immanuel. ¿Qué es la ilustración? Buenos Aires: Nova, 1964, p.2.


[4] Ibídem, p.2.


[5] Nietzsche, Friedrich, “Sobre verdad y mentira en sentido extramoral”, en Obras Completas, vol. I. (Buenos Aires: Prestigio 1970), p. 4.


[6] Ibídem, p, 6.


[7] Ibídem, p, 8.


[8] Ibídem, p, 8.

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