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CANDELARIA (Jhonny Hendrix Hinestroza, 2018) O de la reinterpretación erotizada del cuerpo



Con la nostalgia y el sabor del son cubano, en esa isla utópica, llena de esperanza, pero también pletórica de hambre, vive la pareja Víctor Hugo y Candelaria, ambientados en los noventa, con el cansancio de los años mezclado y la pesadez rutinaria de la relación. Candelaria, por su parte, es una mujer amorosa, maternal, asistente de aseo en un hotel reconocido, que se entrega al cuidado de sus pollos y cuida los detalles hogareños; en cambio Víctor, de aspecto tísico, carga expresiones toscas, cansadas, más frías, pero en el fondo deja ver una dulzura olvidada.


No hay mucho por decir de esta película, pues el argumento denota una historia pensada, aristotélica, ordenada, con sucesos “extraordinarios” que van cobrando sentido, aunque tomen a veces un rumbo tan inesperado como extraño. Diríase que el punto de giro esencial, es el encuentro de una cámara de video en el trabajo de Candelaria mientras aseaba un recinto, este objeto, llega entonces a sus vidas para causar una renacer en pareja desde la imagen, nuevas miradas surgen entre ellos, un “a través” del amor y la sexualidad. Esto, contrastado con la escasez de alimentos, que es casi un personaje o presencia constante dinamizando a la pareja, desde lo físico hacia lo emocional.   


Definitivamente hay que mencionar la dirección de arte, acogedora, cálida, proponiendo un juego complementario del color, con manejo de azules y naranjas, adornados con neutros brillantes. Además, un manejo de planos muy adecuado a la cotidianidad cubana, descriptivos, cerrados, primeros, que cuentan historias de los oficios, vestimenta o desgracias de los personajes obviando sus rostros y centrándose en otros detalles.


Es una película de historias que enlazan historias; de unos turistas que perdieron una cámara vacacional, para regalarle la nueva vida, a través de ella, a la pareja, una vida vouyerista, erotizada y teatralizada, donde la intensión es alivianar la monotonía, la cual se verá problematizada por el plano de ilegalidad subyacente, del que comienzan a hacer parte por necesidad y con el que terminan vinculados por placer, aunque no por mucho tiempo. Es precisamente, un personaje de este plano ilegal, un gringo corrupto, el que rompe la armonía en los actores, pues es poco creíble, bastante casual con los sucesos, no parece fluir del todo con la historia.


En este sentido, la película toma un rumbo enrarecido, recurre a ciertos clichés médicos y emotivos que siempre parecen ser la fórmula para ciertos finales y para hacer avanzar el argumento, y termina por ser algo forzado y predecible.


Se trata, finalmente, de una reflexión constante sobre la juventud y un fuerte tratamiento de la sexualidad, dándole la oportunidad a la vejez de ser protagonista de un amplio frenesí. La crudeza y referencialidad a los cuerpos flácidos en las escenas, a la carne natural y caída, es una oda al amor en toda edad, un ver la vida desde los ojos de lo humano y esa es una gran apuesta para el cine en materia de corporalidad. Es reírse aceptando la muerte, es saber decirle adiós a esa ilusión tersa y privilegiada de los años, en una ciudad donde la muerte es inminente, pero las olas lavan obligatoriamente cualquier rastro de terror.

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