Asiste usted a un desenlace cíclico, mientras el trazo danza sobre el lienzo abarcando la pantalla, llámelo cámara subjetiva si quiere, asiste usted a la obra misma siguiendo el juego del artista con sus ojos, aunque aun no haya artista alguno y usted intuya que el jugador es Picasso.
Se adentra usted en el estudio del mismo, casi desnudo, dirigiendo- incluso por encima de Clouzot- lo que se vuelve su trampa pictórica y desfilan sobre el lienzo los toros y toreros, los senos, los cuerpos femeninos, los payasos, mirones, las pinceladas azules, rojizas.
El cine sabe hacer su magia destructora, y la obra que se pintara en 5 horas se convierte en yuxtaposición de diez minutos y el proceso del artista es revelado abrupta y morbosamente para los observadores directos del fantasma: la mano que pinta detrás del lienzo, que desdobla, enmascara, emborrona y rehace; cuando se espera que termine la sagrada obra con el mejor de los intentos, tan armónico como auténtico, Picasso se burla de los ojos que lo miran y reinventa por completo aquel boceto dejando nada más que la sobras de lo que fue, proponiendo narrativas con los más enrarecidos cuerpos, desestructurando las medidas y las horas.
No hay misterio, el artista busca llegar al fondo burlándose a sí mismo, se cubre de capas solo por el placer de desnudarse y cuando está desnudo no le basta, le encantaría arrancarse la piel y pintar con la sangre que del interior brota.
*Para datos técnicos vaya a Google, en este caso sobran; por ahora, compre por el precio de su alma la experiencia pictórica que El Misterio de Picasso ofrece.
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