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LABERINTO de Liz Callejas

Proyecto ganador de la Beca de creación de danza y tecnología digital del Ministerio de Cultura


Al acudir a Laberinto (2022), la obra más reciente de Liz Callejas, artista visual y performer colombiana, me adentro - de la mano de los actores y bailarines con los que contó la artista para realizarla - a una video-instalación de altos contrastes a blanco y negro; la sala oscura, el suelo, las paredes negras y la luz emanando de pantallas donde mi mirada se encuentra con la de otros, a quienes no conozco, pero intuyo su malestar, su rabia, su imposibilidad para enunciar con palabras lo que les punza y atraviesa el cuerpo.


Esos otros son retratos en movimiento a plano medio, un rostro, unas manos, un torso retorciéndose, un escorzo que sube y baja y nos asalta poco a poco, de la misma forma se pierde, se desvanece, muere y nace. Ese juego de distorsión de las formas en la sala lo logran las diferentes disposiciones de las pantallas: tres horizontales al inicio del recorrido, otro par verticales, unas inmensas intersecando la esquina de la sala y finalmente, telas traslúcidas paralelas a las pantallas, por las que de la misma forma vemos deslizarse a los cuerpos con sus muecas mudas y trascendentes. El cuerpo no deja de hablarnos a distintas distancias, no se observa desde un punto fijo, rodeamos los gestos de la obra desde varios frentes y cada uno nos ofrece una forma de mirar.


Para mí, el gran detalle de la exposición han sido estas telas paralelas, que no son propiamente pantallas ni tampoco reciben directamente la proyección, pero protagonizan sutilmente la danza de reminiscencias de luz de las pantallas oficiales, generando así una extensión de la obra, más difusa, menos concreta, totalmente descarnada y necesaria para una encrucijada como el cuerpo y el dolor. Los cuerpos se desintegran en este reflejo, insisten en ser aún menos estáticos, más trémulos. Hay en estos peso muerto, una carga que desea salir, pero algo se los impide, lo sabemos; por dentro, se revuelcan, por fuera, el gesto repetitivo que nos habla, en bucle, quiere decirnos algo, pero no lo enuncia, se nos pide sea intuido, leído en los ojos, en los dedos, en la espalda. Acudimos a un llanto mudo, en cambio, el sonido de la sala, unas gotas que caen y algo que se rasga o rompe, siempre nos acompaña, no cesa de decirse.



Asimismo, intuimos los pies de alguien, unos pies que se van perdiendo en la penumbra, asumimos que son los pies de cualquiera, que están vinculados a un cuerpo, ¿o son un fragmento de pies?, ¿sueltos, sin dueño, sin nombre? Unos pies simplemente, casi como cifra, como número, un objeto más en el entramado del mundo, unos pies por los que ya nadie nunca más preguntará, unos pies que tal vez ya murieron entre las montañas. La observación y la imposible respuesta a estas preguntas nos disecciona también como espectadores: ¿qué hacer con el propio dolor?, ¿este cuerpo también llevará cargas? Ahí, en esa enfermiza imposibilidad de responder a todas las preguntas estando ante la obra, se logra el objetivo fundamental de la experiencia estética: mirar hacia adentro por haber mirado afuera.



¿Qué vemos entonces, cuando estamos frente a las pantallas? El cuerpo en bucle, abajo, arriba, al frente, cada movimiento suscita un dolor distinto. Es el cuerpo mutilado (no necesitamos asistir a un desmembramiento para percibir la falta), el cuerpo como ese interlocutor por el que entran y salen emociones, siendo al mismo tiempo territorio y síntoma político, atravesado por la historia violenta del país.




Finalmente, no podría hablarse de semejanzas directas entre los Sudarios de Erika Diettes y Laberinto, en especial por la naturaleza fotográfica de la primera y la videográfica performática de la segunda, mas lo traigo a colación porque estas dos artistas colombianas comparten algo esencial: dar testimonio del dolor, de la violencia y las huellas que deja la historia de un país como el que compartimos, no solo en el cuerpo sino en el espíritu, ese punctum con el que podemos empatizar a través de la mirada, que aparece, a veces esquivo, pero que nos apunta de la obra hacia los ojos y después de los ojos, reverbera en la sala.


Todos los derechos de la obra fotografiada pertenecen a Liz Callejas, 2022.

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