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Noche de fuego (2021), Tatiana Huezo La realidad de la montaña y la belleza como condena



Cuesta escribir un texto estructurado o una reseña donde se resalten aspectos técnicos, cinematográficos y narrativos, con un tema como el de Noche de fuego (2021), de la directora y documentalista salvadoreña Tatiana Huezo, que me toca tan a fondo en mi ser mujer y que su historia – basada en una novela - podría tranquilamente suceder también, en las recónditas montañas colombianas.


Esta película es mucho más que un coming of age de tres amigas. Se trata de un retrato crudo y cotidiano análogo al que viven muchísimos pueblos latinoamericanos en guerra, una guerra generalmente fundamentada en las luchas de poder dentro del mercado narco, donde el estado se juega las cartas para ambos bandos y en esos pueblos olvidados la justicia la hacen los carteles o los civiles por mano propia. No es un secreto que en este contexto, sean las mujeres, supeditadas por esa misma estructura, quienes queden al filo de la violencia y la incertidumbre, no son ellas quienes empuñan las armas, pero tienen potencialmente dos usos en tanto féminas: mano de obra en los cultivos de coca o, preferiblemente, objeto sexual de quienes ostentan el poder. En medio de esta jerarquía, se encuentran las mujeres de Noche de fuego, temiendo a cada momento, su propia desaparición.


Este temor latente entre las mujeres del pueblo, que nunca saben a ciencia cierta quiénes serán sus verdugos, es precisamente el móvil de la historia, es la vía por la cual accedemos a un mundo femenino plagado de estrategias secretas y sutiles, con las que tristemente se protegen entre sí.


-Evita provocar y ser demasiado bella: corta tu cabello para parecer un hombre.

-Evita maquillarte y usar pintalabios: que no se detecte un solo rastro seductor en ti.

-Escóndete en casa: no tengas un nombre, no te declares mujer, no quieras ser vista.

-Guarda el secreto si te llega la menstruación: que no sepan que creciste, que tienes la edad adecuada…


A medida que las tres amigas crecen, estas estrategias se hacen más y más visibles y de manera inocente y progresiva, su propia feminidad es negada, guardada para mejores ocasiones y tiempos, unos donde no sean carne de cañón para la guerra, unos donde, si hablas, si te niegas, si huyes, no amanezcas muerta entre los rastrojos.


No todo es desolación en el argumento. Hay elementos muy bellos en la transición de niñas a adolescentes que viven las protagonistas, por ejemplo el juego, un juego descaradamente femenino: jugar a agudizar la intuición. Entre las tres amigas se retan a leerse la mente, a concentrarse, a adivinar lo que están pensando, conectarse en medio del silencio y a comunicarse de manera mental. Ese silencio tiene dos características: un silencio interior, muy humano; pero también es un silencio al que obliga la guerra, un quedarse mudas, sin palabras, un haber aprendido a mirar hacia abajo o a cerrar los ojos mientras afuera llueven las balas. Estas niñas, como muchas de este lado del mundo, tal vez no tendrán nunca la gracia privilegiada del primer cortejo, de un beso dulce o una madre sana. Estas niñas, heredan el miedo y cercenan sus labios, un miedo que se les va pegando entre la piel.


Estamos entonces ante una película llena de sensibilidad femenina en medio de una guerra que como colombianos puede hacérsenos bastante familiar y donde la amistad, sencilla y sincera, brilla en medio de ese horrible riesgo: el feminicidio, el abuso y la violencia sexual. Eso es lo que viven hoy día muchas mujeres, esa es la realidad de las montañas, un paisaje abundante y fructífero donde también se expande la muerte y la masacre como una plaga. Algo es seguro en estos contextos del conflicto: de un lado o del otro alguien tendrá que matar, alguien tendrá que vengarse por tanta miseria y dolor.

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