Aunque ya se ha retomado en el cine la vida y arte de Van Gogh (Loving Vincent 2016, Van Gogh painted with words 2010, Dreams 1990) no siempre el argumento se ve complementado coherentemente con la turbulencia del protagonista, no siempre se le hace honor a su arte con la técnica fílmica, a veces solamente se cuenta una historia, bella o someramente; pero hace falta esa mezcla precisa entre técnica, intensión artística y argumento, donde el final pasa a segundo plano cuando el transcurso de la película fue también arte, donde no es solo la historia del artista vuelta tramas, es también cada cuadro un cuadro y cada plano detalle una pequeña obra pictórica.
Dirigida por Julian Schnabel y protagonizada por Willem Dafoe con larguísima trayectoria fílmica, esta película propone una visión a la incomprensión temporal padecida por Van Gogh, en un entorno que se le hizo hostil, pero también una evidencia del frenesí impetuoso del creador nato. Es también la historia de su relación con la vanguardia, con las posturas gremiales en la pintura, con la búsqueda de nombre y conocimiento en un círculo que eyectaba poco a poco las miradas nuevas, y en medio de esto, su relación artística con Paul Gauguin, los cuestionamientos de este a Van Gogh en relación a la realidad en la pintura y cómo crear una revolución en el arte; y luego generándole -su posterior separación dentro del filme - el sacrificio de su famosísima oreja.
Técnicamente el manejo de lentes y cámara es poderoso, se pasa de cortos planos secuenciales con cámara en mano, trémulos y frenéticos, a primeros planos y planos detalles de unos zapatos, de un rostro presto a ser dibujado o de unos ojos confusos mirando la luz del sol, capturándola, invencionándola en la pintura. Hay, en este sentido, un constante lens flare en algunos planos medios y generales, como insistiendo en esa obsesión con la luz del artista al borde del delirio ambarino. La cámara también con movimientos súbitos y largos travellings rápidos en el horizonte de los campos herbáceos, evidencia al artista absorto ante la inmensidad, ante lo que él termina por ver en cada cosa: lo eterno.
Es entonces la estética más adecuada para hablar de un grande, con ese tratamiento de color predominantemente complementario en azules y naranjas y los vivísimos colores de la naturaleza abrazando las fluctuaciones del artista en medio de ella. Incluso los mismos actores se van apareciendo en las escenas como futuros retratos que Van Gogh pintaría a lo largo de su vida: el cartero, la dama compañía, el médico…
Va finalmente el espectador, de momentos álgidos pletóricos de música instrumental que genera una sinestesia luminosa en cada toma, como esbozando ese anhelo de infinito; hacia paroxismos de sanatorio en sanatorio y de hospital en hospital, así como momentos de crudeza cotidiana donde las obras de Gogh eran basura ante ese mundo que huye de lo que rompe esquemas. Es finalmente una reflexión de paisajismo, un paisaje que es externo y que muta a un microcosmos interior, un paisajismo interiorista y una extimidad que se le va saliendo por los ojos al actor. El mundo natural de afuera se vuelve una vía al alma del artista, habitada por el “acto febril de pintar con una razón, con un gesto”, uno sin duda apurado, incomprendido, ¡tardío como la mayoría de genios!
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